La Solidaridad Afrodescendiente como Resistencia y Símbolo

Nia Ocles Padilla

La solidaridad, como valor humano universal, se presenta a menudo como un acto desinteresado y espontáneo. Sin embargo, una mirada crítica a la historia y a los acontecimientos actuales revela una verdad incómoda: no todos los sufrimientos son creados ni visibilizados de la misma manera. Existe una evidente jerarquía del dolor, donde ciertas crisis capturan la atención global y la indignación inmediata, mientras que otras, especialmente las que afectan a los pueblos afrodescendientes y a las naciones del sur global, son relegadas a las sombras del olvido mediático y político. 

En este número, queremos reflexionar sobre esta dinámica perversa y reafirmar nuestra solidaridad con los pueblos de Haití, Palestina, el pueblo saharaui y la República Democrática del Congo, el pueblo invisibilizado de Annobom, entre otros; cuyas luchas son a menudo ignoradas o silenciadas. Para ello, recurrimos a las ideas del filósofo Enrique Dussel, quien nos ofrece herramientas conceptuales para entender cómo el eurocentrismo no solo es un modo de pensamiento, sino un sistema de dominación que sigue condicionando nuestra percepción de la realidad.

La experiencia de la diáspora africana, forjada en los horrores de la esclavitud, el colonialismo y la deshumanización, no es solo un capítulo doloroso de la historia, sino el cimiento de una ética ineludible de la solidaridad. Esta memoria colectiva, grabada a fuego en nuestra piel y en nuestra historia, nos obliga a ser las voces más frontales y firmes contra cualquier forma de genocidio y exterminio.

Nos preguntamos: ¿cómo permanecer en silencio ante el sufrimiento de otros pueblos? La respuesta pasa por decir que sería una traición a la memoria de nuestros ancestros. Sus gritos, que se perdieron en las rutas del Atlántico, resuenan hoy en los bombardeos que caen sobre Palestina, en la persistente opresión del pueblo saharaui, en la crisis sistémica que asfixia a Haití, la invisibilidad del pueblo de Annobón y los conflictos de la República del Congo. Cuando el silencio se impone, estamos fallando a quienes lucharon y murieron para que nosotros tuviéramos una voz. Honrar su legado no es solo recordar, sino actuar: usar esa voz para defender a quienes hoy enfrentan los mismos mecanismos de opresión que nos negaron humanidad, libertad y territorio.

En la propuesta teórica de Dussel, el eurocentrismo y el "mito de la modernidad" nos enseña que la modernidad, tal como la conocemos, no es un fenómeno puramente europeo, sino que se construye a partir de la colonización y el saqueo de América. Europa se autoafirma como el centro del mundo, y para justificar su dominación, crea el "mito de la modernidad", que presenta la civilización occidental como superior y con derecho a imponerse sobre los pueblos "bárbaros" e "inmaduros".

Desde esta perspectiva, las tragedias de los pueblos afrodescendientes no son vistas como conflictos dignos de una respuesta global, sino como problemas internos de países subdesarrollados, "culpables" de su propia miseria. El sufrimiento de los congoleños, por ejemplo, es invisibilizado por una narrativa que pone el foco en el caos interno, ocultando la explotación sistemática de sus recursos naturales por parte de potencias extranjeras. De la misma manera, la lucha del pueblo saharaui contra la ocupación marroquí queda fuera de la agenda mediática global, que prioriza otros conflictos. 

Otro aspecto a mirar es la geopolítica y los intereses económicos: ¿Solidaridad selectiva? La solidaridad internacional no es un campo de juego neutral. Está profundamente condicionada por la geopolítica y los intereses económicos de las potencias dominantes. La atención global se desvía hacia los conflictos que amenazan los intereses estratégicos de los países occidentales, mientras que aquellos que no los afectan directamente son ignorados.

La situación en Haití, por ejemplo, es presentada como una crisis de "pobreza y violencia incontrolable", sin mencionar la injerencia extranjera que ha desestabilizado el país durante décadas. La lucha del pueblo palestino, por su parte, es objeto de un debate polarizado y manipulado, donde los sesgos mediáticos y la presión política distorsionan la realidad de la ocupación y el apartheid. 

En todas estas tragedias, los sesgos mediáticos son sin lugar a dudas, narrativas de exclusión. Los medios de comunicación, en su mayoría controlados por intereses globales, juegan un papel crucial en la construcción de esta jerarquía del dolor. A través de narrativas selectivas, perpetúan la idea de que la vida de algunas personas vale más que la de otras y nos encontramos con algunos aspectos a considerar:

En conclusión: La solidaridad afrodescendiente es un acto de resistenciaAnte este panorama, la solidaridad de los afrodescendientes de América Latina y el Caribe con los pueblos de Haití, Palestina, el pueblo saharaui y la República Democrática del Congo, o la República de Annobón no es un simple gesto de empatía, sino un acto de resistencia política y decolonización.

Las herramientas de opresión que hoy sufren otros pueblos—la desposesión territorial, el control sobre los cuerpos y la explotación económica—son las mismas que se utilizaron contra nosotros y nosotras durante siglos. En esa identificación con el dolor ajeno, encontramos la clave para construir una ética de la solidaridad genuina y profunda, misma que nos enseña que las luchas por la libertad están interconectadas. 

Debemos construir una agenda propia, en lugar de seguir la agenda mediática eurocéntrica, estamos obligados a crear nuestras propias narrativas, visibilizando las luchas que importan a nuestros pueblos y a nuestros aliados.

Apostar por una solidaridad horizontal: A diferencia de la solidaridad paternalista y selectiva de las potencias dominantes, nuestra solidaridad debe ser una alianza política horizontal, construida sobre la base del respeto mutuo y el reconocimiento de la dignidad de cada pueblo.

Hacemos un llamdo a la coherencia. El trabajo de descolonización mental nos exige una profunda autoevaluación. La solidaridad genuina no puede ser una acción caritativa y jerárquica, sino un pacto político entrre iguales. Nuestro compromiso con la liberación debe ser total, sin excepciones, y nuestra voz debe alzarse por todas las vidas que el sistema pretende devaluar. Solo así honraremos verdaderamente la memoria de quienes lucharon por nuestra libertad y construiremos un futuro donde la dignidad de todos sea irrenunciable.

En un mundo que nos condena a la periferia, nuestra solidaridad es el puente que nos conecta con otras periferias, creando un frente común contra el olvido, la opresión y el eurocentrismo. Es hora de descolonizar nuestra empatía y de recordar que la justicia, como la solidaridad, no tiene jerarquías.