Por Romero Rodríguez
En el contexto de América Latina y el Caribe, el movimiento afrodescendiente ha experimentado un proceso de maduración política, conceptual y organizativa en las últimas décadas. Desde la histórica Conferencia Mundial contra el Racismo en Durban (2001) hasta la reciente instalación del Foro Permanente de Afrodescendientes en Naciones Unidas (2022), se han generado espacios para la articulación transnacional de demandas, saberes y estrategias.
Sin embargo, esta expansión también ha puesto en evidencia tensiones internas, divergencias ideológicas y crisis de representación que deben ser comprendidas para fortalecer su proyección histórica. Este artículo presenta una panorámica crítica de las principales líneas de pensamiento que conviven en el movimiento afro-latino y caribeño, las redes regionales que las articulan y las crisis que atraviesan.
Líneas de pensamiento:
Entre el reconocimiento, la identidad y la transformación estructural
La primera gran línea de pensamiento es la del reconocimiento étnico-racial y los derechos humanos. Se trata de una corriente centrada en la lucha por el reconocimiento legal, estadístico y político de las poblaciones afrodescendientes, con fuerte incidencia institucional. Este enfoque ha promovido avances como los censos étnicos, las cuotas laborales y educativas, y la creación de unidades estatales de equidad racial en varios países. Organizaciones como Mundo Afro (Uruguay), el Proceso de Comunidades Negras (Colombia) y la CONAFRO (Perú) han sido actores clave en esta línea, articulados regionalmente en redes como ARAC o el Foro Permanente de Afrodescendientes de ONU.
Una segunda línea fundamental es la afrofeminista y decolonial, que ha ganado gran relevancia en la última década. Desde una perspectiva crítica e interseccional, denuncia la invisibilización de las mujeres negras dentro del propio movimiento afro y dentro del feminismo hegemónico, así como la reproducción de lógicas coloniales y patriarcales. Sus referentes teóricos incluyen a Angela Davis, Lélia González y Ochy Curiel. La Red de Mujeres Afrodescendientes de América Latina y el Caribe, y la Marcha de las Mujeres Negras en Brasil, expresan esta corriente tanto en la práctica política como en la producción teórica y estética.En tercer lugar, emerge la línea culturalista-identitaria, centrada en la revalorización de las raíces africanas, las espiritualidades, las prácticas artísticas y la memoria histórica. Esta corriente reivindica el patrimonio cultural afro como forma de resistencia y de subjetivación política. A menudo se articula en espacios festivos, religiosos y comunitarios, como las comparsas de candombe en Uruguay, las cofradías en Honduras o los terreiros en Brasil. Si bien algunos la critican por un exceso de “folclorización”, otros la reconocen como forma válida de acción política.
Por último, una corriente más reciente —aunque con raíces históricas— es la pan-africanista y geopolítica. Esta línea articula el movimiento afrodescendiente con las luchas anticoloniales del África continental, promueve la cooperación Sur-Sur y revaloriza el proyecto político de la “Sexta Región” de la Unión Africana, que reconoce a la diáspora como parte integral del continente. En este marco, algunos sectores impulsan la participación en espacios como BRICS, CELAC y la Unión Africana, y proponen políticas de Estado que reconozcan a África como prioridad estratégica. La experiencia del embajador itinerante para África Subsahariana en Uruguay o los vínculos del Sahel con movimientos afro en el Caribe ilustran este enfoque.
Redes regionales: articulaciones posibles, agendas divergentes
En el plano organizativo, existen múltiples redes regionales que canalizan estas corrientes. Algunas, como la Articulación Regional Afrodescendiente de América Latina y el Caribe (ARAC), tienen mayor capacidad de interlocución política. Instancias como la Articulación Latinoamericana para el Decenio de los Afrodescendientes (ALDA. Otras, como la Red de Mujeres Afrodescendientes, han logrado posicionar temas de género, violencias y liderazgo. También han surgido plataformas juveniles, académicas y culturales que proponen nuevos lenguajes y agendas. No obstante, estas redes enfrentan importantes desafíos: agendas poco consensuadas, debilidad en la sostenibilidad financiera, dependencia de la cooperación internacional y fragmentación territorial. Las tensiones entre enfoques —reformistas, autonomistas o radicales— dificultan la construcción de una estrategia común.
Crisis internas: cooptación, fragmentación y renovaciones pendientes
Pese a los logros obtenidos, el movimiento afrodescendiente atraviesa una serie de crisis que ponen en riesgo su potencia transformadora.Una de ellas es la cooptación institucional: muchas organizaciones han ingresado en circuitos estatales o de cooperación internacional que, si bien han permitido avances en visibilidad, también han diluido la crítica estructural al racismo y al capitalismo racial. Esta situación genera una “ONGización” del movimiento, que a veces lo distancia de sus bases comunitarias.
Otra crisis es la fragmentación generacional y territorial. La emergencia de jóvenes liderazgos, muchas veces con enfoques más radicales o interseccionales, ha provocado tensiones con las dirigencias históricas. A su vez, algunas comunidades no se sienten representadas por las estructuras existentes, lo que genera un vacío de legitimidad y una baja participación en ciertos contextos.
Finalmente, existe una crisis programática: la falta de una estrategia regional común frente a fenómenos como la militarización, la precarización laboral, el cambio climático y la reconfiguración del poder global (BRICS, China, etc.). Sin una lectura geopolítica profunda y sin alianzas amplias, el movimiento corre el riesgo de quedar atrapado en una lógica de políticas focalizadas sin capacidad de transformación estructural.
Conclusión:
El movimiento afro-latino y caribeño es plural, vibrante y resistente, pero enfrenta el desafío de construir una agenda común sin sacrificar su diversidad interna. Para ello, es clave fortalecer la formación política, renovar liderazgos, profundizar el vinculo con África y con otras luchas anticapitalistas y descolonízales. Más que una identidad homogénea, lo que une a estos pueblos es una historia compartida de resistencia y un horizonte emancipador, anclado a la generación de nuevos paradigmas, pasando de la visibilidad a acciones que promuevan cambios estructurales en nuestras sociedades.